Carlos Candia, acerca de la vieja costumbre de etiquetar.

Eclecticismo Académico Justicialista

Para acompañar la lectura Candia sugiere escuchar E. Satíe.

De afanes y obsesiones:
La ambición por clasificarlo todo nació, probablemente, a la sombra del Iluminismo y del Enciclopedismo, en la Francia del siglo XVIII. Para aquellos hombres, el universo entero debía ser encasillado: las estrellas y los cuerpos celestes, los minerales, los seres vivos, el arte, e incluso, el gusto, las sensaciones y las pasiones humanas. Los científicos, pensadores y filósofos de esos años, parecían poseídos por este misterioso interés, en su obcecación por comprender el complejo mundo que los rodeaba. La vasta empresa de la Enciclopedia da cuenta de la necesidad de acomodar el cosmos en un libro que lo duplique, como en el cuento de Borges sobre esos cartógrafos que, de tan precisos, hicieron el mapa del tamaño del territorio. Fue también Jorge Luis Borges quien, refiriéndose a Kafka, escribió que “su tema es la insoportable y trágica soledad de quien carece de un lugar, siquiera humildísimo, en el orden del universo”. No tener una posición en ese orbe parece ser fatal.
La imperiosa necesidad de concebir un cosmos regulado nos persigue desde la antigua Grecia, incluso desde el Egipto faraónico. En ese plan, los arquitectos renacentistas imaginaron sus edificios acomodados en una estricta grilla geométrica porque así pensaban al macrocosmos. Podemos incluir esta obsesión por etiquetar y clasificar todo lo que nos rodea en esta carrera por ordenar, aunque sea mentalmente, un universo casi infinito y aparentemente caótico.
El francés Georges Léopold Chrétien Frédéric Cuvier, en los albores del siglo XIX, propuso su sistema de clasificación del Reino Animal según la conformación o estructura de los seres vivos, basándose en la recientemente nacida anatomía comparada. La actitud de Cuvier recuerda mucho a otra persona obsesionada por las sistematizaciones: su contemporáneo y paisano Jean Nicholas Louis Durand, arquitecto. En la vasta producción de este profesor de la Ecole Polytechnique de París, se destaca un libro, cuyo título «Receuil et parallele des édifices en tout genre, anciens et modernes», ya denuncia a otra persona apasionada con las clasificaciones y las categorías. Esta obra consiste en un exhaustivo catálogo de edificios a lo largo de la historia y alrededor del planeta, todos dibujados a la misma escala, que servirían como fuente de partes y elementos a ser combinados en nuevos proyectos. Más tarde sobrevendría el paroxismo de la combinatoria arquitectónica conocido como arquitectura ecléctica o eclecticismo, que reinaría en el mundo occidental y sus satélites hasta bien entrado el siglo XX.
Los arquitectos (y sobre todo los historiadores del arte y la arquitectura), siempre hemos coqueteado con la facilidad de las etiquetas. Definir un “estilo”es exactamente eso: encontrar en una obra de arte (una pintura, un poema, una sinfonía, un edificio) ciertos rasgos que nos permitan colgarles un tranquilizador cartelito. Incluso hemos concebido gigantescas construcciones historiográficas como “Manierismo», “Barroco” o “Movimiento Moderno” solo para intentar explicar el complicado universo de las manifestaciones artísticas, siempre dejando afuera (podríamos decir, barriéndolos debajo de la alfombra) a los personajes incómodos o inconvenientes.
“Neogótico”, “neoclásico”, “neorrenacimiento” fueron algunas de las más famosas etiquetas. Cuando la cosa se complica, se apela a las ambiguas categorías “Academicismo” o “Eclecticismo”, que en sí no dicen nada y no hacen otra cosa que confundir aún más al observador.
Entonces, ¿Qué nos impide seguir inventando categorías, seguir pegando carteles en los edificios, continuar anotando pies de fotos con improbables estilos?
Este ejercicio nos permite reflexionar sobre esta vieja costumbre…
y reírnos un poco de nosotros mismos.
Carlos Candia, arquitecto.
Rosario, abril de 2019.

Pintoresquismo del sur Santafecino
Neo Albertiano Tardío del sur Santafecino
Pintoresquismo Fluvial Paranaense
Pintoresquismo a la Criolla
Neocolonial Sportivo de la pampa Humeda
Racionalismo Popular Serrano
Pintoresquismo Serrano pre Justicialista
Pintoresquismo Ferroviario del sur de Inglaterra
Clasisismo Afrancesado a la Rosarina
Racionalismo Popular Argentino
Art Decò Barrial
Urbano Criollo Afrancesado
Racionalismo Náutico del sur Santafecino
Racionalismo Barrial Pampeano
Art Decò del Sur de América
Grutesco Pintoresco Pampeano

Dei desideri e ossessioni:
L’ambizione di classificare tutto nacque probabilmente all’ombra dell’Illuminismo e dell’Enciclopedismo, nella Francia del XVIII secolo. Per quelli uomini, l’intero universo doveva essere tipizzato: le stelle e i corpi celesti, i minerali, gli esseri viventi, l’architettura e, persino, il gusto, le sensazioni e le passioni umane. Gli scienziati, i pensatori e i filosofi di quegli anni, sembravano posseduti da questo interesse misterioso, nella loro testardaggine di comprendere il complesso mondo che li circondava. La vasta impresa dell’enciclopedia dà conto della necessità di accogliere il cosmo in un libro che lo duplica, come nella storia di Borges su quei cartografi che, precisi, hanno fatto la mappa delle dimensioni del territorio. Fu anche Jorge Luis Borges che, riferendosi a Kafka, scrisse che «il suo soggetto è l’insopportabile e tragica solitudine di cui manca un luogo, anche umile, nell’ordine dell’universo». «. Non avere un posto al mondo sembra essere fatale.

L’imperativo bisogno di concepire un cosmo regolato ci persegue dall’antica Grecia, persino dall’Egitto faraonico. Fedeli a quell’idea, gli architetti del Rinascimento immaginavano i loro palazzi disposti in una rigida griglia geometrica perché lo pensavano così per il macrocosmo. Possiamo includere quest’ossessione per etichettare e classificare tutto ciò che ci circonda in quest’ossessione per ordinare, anche mentalmente, un universo quasi infinito e apparentemente caotico.

Il francese Lége Léopold Chrétien Frédéric Cuvier, agli inizi del XIX secolo, propose il suo sistema di classificazione del regno animale secondo la conformazione o la struttura degli esseri viventi, basata sull’anatomia comparata di recente nascita. L’atteggiamento di Cuvier ricorda molto un’altra persona ossessionata dalle sistematizzazioni: il suo contemporaneo e connazionale Jean Nicholas Louis Durand, architetto. Nella vasta produzione di questo professore all’EcolePolytechnique di Parigi, un libro si distingue, il cui titolo «Receuil et parallelé des édifices en toutgenre, anciens et modernes», denuncia già un’altra persona appassionata di classificazioni e categorie. Questo lavoro consiste in un esaustivo catalogo di edifici nel corso della storia e in tutto il pianeta, tutti disegnati alla stessa scala, che servirebbe come una fonte di parti ed elementi da combinare in nuovi progetti. Più tardi, regnerebbe il parossismo della combinatoria architettonica conosciuta come architettura eclettica o eclettismo, che regnerebbe nel mondo occidentale al XX secolo.

Gli architetti (e in particolare gli storici dell’arte e dell’architettura) abbiamo sempre giocato con la facilità di etichettare ogni cosa. Definire uno «stile» è esattamente questo: trovare in un’opera d’arte (un dipinto, un poema, un edificio) certe caratteristiche che ci permettono di appendere un piccolo segno rassicurante. Abbiamo persino concepito gigantesche costruzioni storiografiche come «Manierismo», «Barocco» o «Movimento Moderno» solo per cercare di spiegare il complicato universo delle manifestazioni artistiche, lasciando sempre fuori i personaggi scomodi.

«Neo-Gothic», «Neoclassical», «Neo-Renaissance» erano alcune delle etichette più famose. Quando le cose si complicano, si appellano all’ambiguo «Academicism» o «Eclecticism», che di per sé non dicono nulla e non fanno altro che confondere ancora di più l’osservatore.

Quindi, cosa ci impedisce di continuare a inventare categorie, continuare a scrivere didascalie osservando le foto degli edifici con stili improbabili? Quell’esercizio ci permette di riflettere su questa vecchia abitudine …
e perche no, ridere po’ di noi stessi.

Carlos Candia (Rosario, 1965) es arquitecto (U.N.R. 2002), paisajista (1993) y fotógrafo. Docente de Historia de Arquitectura (U.N.R) desde 2012, pasó fugazmente por cátedras de Introducción a la Arquitectura, Cine, Ciudad y Arquitectura y Taller de Fotografía aplicada. También ejerce la profesión de manera independiente, ha sido jardinero y trabajó en una carpintería en su juventud. Asistió, entre otros, a talleres de narrativa con Andrea Ocampo, fotografía con Raúl Damelio, producción artística con Lila Siegrist y dibujo con Mimí Escandell y Martín Kovensky.